Solo deseas, sin querer, sin detenerte, sin escrúpulos;
deseas con el único instinto de querer entrar
en ese ciclo de darlo todo por ese deseo.
Ayer estuve observándote casi todo el día, casi toda la noche, casi en cada instante: ojos azabache, cabello profundamente oscuro; eras el cielo de la serranía cuando las estrellas se rehúsan a salir. Te quise, te apreté inútilmente entre mi deseo y tu rabia, entre mi adolescencia y tu ausencia. Estuve observándote para que te llevarás de mí todo ligero pensamiento de angustia y espanto.
Sé dónde estás, no todo el tiempo, sólo allí. Tus labios se esconden sutilmente, excusan esa sonrisa que no se atreve a salir; cejas pobladas, cansancio de seis de la mañana y un fondo blanco que resulta apropiado para ocultar el lugar en el que te sientas a ver la vida pasar. Tu bata de educador trajinada cubre tu chaqueta azul —pienso que no deberías dejar de usar prendas de color negro, pero no ahora; ese azul con el rojo de tu bufanda hace tu mirada aún más intensa y es un instante perfecto—. Me culpo por volver a tus ojos almendrados, tus pestañas cortas y tus profundas púpilas: no estás contemplando nada más que el momento exacto para decirte a ti mismo que esta vez sí será una foto que quieras mostrar. No puedo acompañarte para afirmar que vale la pena este instante.
Tu piel es sutilmente suave, puedo acariciarla sin tener que adivinar cuan tibia está, sé que mirarte basta, sé que imaginar es parte del engaño.
Prometo no hacer ningún daño,
prometo no volver a ti en cuanto deje de observarte.
¿Qué más debería prometer después de pasar incontables horas sin desviar mi mirada de los lentes que estás usando? No son los lentes, no es la bufanda, no es la pared blanca, no es ese corte de pelo recién hecho, no es absolutamente nada de eso lo que me involucra en este ejercicio irresistible de acecharte.
Prometo no desearte, no querer sentir, para así evitar el duelo de ofenderte y de atentar contra esa capacidad de protegerte en la furia.
Estás dolorosamente lejos, sé justamente donde estás: dos puertas más allá de esta soledad que se estrelló con tu 1.90 de un No rotundo. Eres dolorosamente fuerte, altivo, hiriente, dolorosamente digno.
Me escurro entre esas formas de tu rostro y el momento en que conjuraste la distancia entre tú y yo. Tu negra mirada me recuerda tu propiedad para lograr que me sienta invisible en donde sea que estés. Entonces me defiendo en mi vulnerabilidad con canciones, te defiendo en tu decisión con culpabilidad. Intento no vigilarte, requiero de una intensa rabia para aceptar este infortunio inevitable; sé dónde estás, no ahora, sólo allí acuartelado, mientras me recuerdas que existes sin que yo pueda saber cómo te sientes. Eres un dibujo sobre ese blanco muro que ha visto cuánto has trabajado, cuánto has soportado, cuánto has amado.
Ayer estuve examinándote con desvelo, desbaratada, repasando todos los rincones de tu particular silencio.
Prometo no hacer ningún daño,
prometo no volver a tu fotografía cuando me encuentre deseándote.
Comentarios