Hoy leí a Leila al atardecer.
En el primer minuto de la mañana -ese que estira el sonido de la alarma con el párpado pegado al sueño- vi en cámara lenta como un carro lanzaba por los aires a mi sobrina mientras corría ingenua.
El párpado pegado estalló.
Al medio día permití un nudo de escozor en mi vientre, que crecía con los sorbos fríos de café. La rabia consumía mi hambre de almuerzo e inflaba mis palabras para que mis compañeros de trabajo creyeran que valgo la pena.
Me vi sola en el auditorio. Hoy fui la última.
Vestida de rojo, quise prescindir de la chaqueta porque las nubes no han salido últimamente. Quería ser rojo sobre azul, no una mancha, más bien una figura plana sobre la intensidad celeste de enero.
El problema es que soy más de la tierra que del cielo.
Me desmorono, me hago añicos con la cabeza febril, me flagelo mientras se oscurece el día. Venus al lado de la Luna es una confirmación de que Dios rie cuando pienso. El gluten es el signo de que yo no puedo reírme de Dios.
Cuando todo era rojo, fui rojo sobre rojo.
Hoy leí a Leila Guerriero al caer la tarde. La embarré.
No puedo ser tan breve como las cosas del mundo.
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