Te escribo, tal como lo he prometido, para recordarte algunas cosas importantes.
No basta con mencionarte que no todo anda tan bien como
tú y yo quisiéramos. No tan bien porque la distancia afecta hasta la forma en
que percibimos lo innecesario, porque estamos acostumbrados a defendernos de
nuestros monstruos. Y lloramos por impotencia, a veces por temor, a veces por esa tremenda necesidad de sentirnos solos. ¿Estás? Dime dónde nos hemos dejado,
dime dónde se quedaron todos nuestros mundos posibles. Dime dónde están las
horas en que desesperadamente le insistí al tiempo para que se detuviera… jamás
lo hizo. Ahora soy sólo el sentimiento y un montón de recuerdos abultados como trozos de
carne.
Te escribo porque hace mucho no lo hago, porque me vi en la necesidad de expresarme. Porque me duele, nos duele el remordimiento
de lo que nunca ha pasado. Porque este paraíso se ha
convertido en llanto. Pareciera que nada me queda, y sin embargo, me queda toda
una vida sin reclamar, sin pedir, sin esperar. Escucho la gente riéndose,
gozando de la vida allá afuera… no sabes cuantas cosas te recuerdan.
Hoy no quiero hablar de Van Gogh, ni de cómo fue que Cezanne revolucionó las
cosas en un cuadrito de manzanas… las manzanas ocupan un punto medio, nefasta explicación. Yo no
estoy ni aquí ni allá, estoy donde tú no estás. ¿Estás?
Hace algunos días recordé tu nombre, no tenía la más absoluta idea de esas
ventajas de la memoria: olvidarte, suponerte en oscuros cuartos en donde todo lo vivido y lo llorado se reserva. “Debería escribir una novela” afirmaste entonces, cuando te prometí que iba a escribirte cuando la vida
permitiera mis palabras; no puedo contarte nada sin que ella así lo
establezca.
No soy yo, no soy esa minúscula parte del universo quien te reclama
como objeto anónimo en subasta; no soy yo quien te defiende de las miserias que
la amnesia trae con ella. Dije que te escribiría para perpetuarte un segundo
más en este limbo, para dibujarte con todas las imperfecciones que te componen. Ahora, este relato es el que quiero evitar.
A mí no me importa nada más que esta gramática
inconclusa entre tú y yo. Perdóname, sé que no es suficiente, sé que mis horas
de angustia no pararán hasta que todo este ruido responda por ti. Sí, ellos me
dicen que estarán cuando tú no estés. Y yo… ¿yo? Yo no soy quien está aquí.
Yo no quiero interpretar un papel principal. Mírame, Yo divago entre el cielo y la tierra para despedirme de mil fronteras.
¿Recuerdas los días calurosos?, ¿recuerdas los aguaceros en abril?, ¿recuerdas nuestras manos atrapando el viento por la ventana de tu cuarto?, ¿recuerdas mi infaltable gusto por tu
camisa azul de días soleados?, ¿recuerdas el último instante antes de
saltar en el que te pregunte lo inevitable? ¿Lo recuerdas?
Todavía te queda esa sensación de insatisfacción después de un beso de
despedida. Recuerdas tus labios pidiendo más ante la vida ¿Recuerdas? ¿Recuerdas cuando te pregunte si querías ir de la mano y
encontrarnos en otro tiempo aún mejor? Yo sé que no recuerdas cuanto tiempo ha
pasado, yo lo sé. Incontables veces en ese muro blanco de tu soledad te preguntaste por tantas cosas, tantas como el cielo cuando quiere
llorar y descarga sus últimas gotas, tantas como para desaparecer y
quedar como documento. Ese muro blanco ahora me saluda, me consuela poniendo
tristes ilusiones en el fondo de la habitación.
Ahora quiero que respondas, que reacciones, que pongas tu rostro en alto y mires la lluvia caer, y caer contigo, como contagio de hallarse en suelo firme. Dime ahora, con toda la razón de tus palabras que jamás volvieron a ser pronunciadas, dime, dime… ¿qué tanto recuerdas de aquellos días? Dime… dime dónde está tu camisa azul y tu amor por mí.
Comentarios