Así caen las hojas de los arboles en otoño, el frio viento las sopla
con ímpetu. La fuerza, el desprendimiento, desgarrarse cada segundo para caer,
prepararse para lo inminente; así es La Caída. El peso de los cuerpos que el
viento levanta para dejarlos fallecer, todos los segundos de la historia
contenidos en un suspiro, un leve desmembramiento… un rasgar estrepitoso de la
vida.
Preferí aborrecer todas las llegadas. No puedo proponer el intento una
y otra vez porque así son los sueños derramados, las cosas olvidadas y los
encuentros fortuitos. Así son los días sin llovizna. Todo son verbos sin
acción. El vacio de una palabra que puede decirlo todo… y ya no es nada. Ya no
somos nada. Preferí aborrecer todas las circunstancias. El espacio en el que
habito y no estoy, el espacio en el que mi cuerpo se ausenta y gime de dolor. Todos
los lugares donde puedo y no quiero estar… las paredes que me llaman… las sombras
proyectadas… los días de sol y de bruma infinita.
Así se siente un punto final. Un silencio blanco. Una hoja suelta. La
tinta sin mancha. La mancha invisible. Desesperación.
No voy a tomar el lápiz, los trozos de imágenes que estoy descubriendo
entre delirios. Creo que la vida ya se encargo de fundirme en sus ideas. Ya no
puedo pensar. Ya no puedo respirar… vivir, ya no puedo vivir. No hay preguntas,
no hay mejoras. Los puntos finales siguen y no retroceden, no acaban, no se
cansan… máquinas de dudas.
Yo.
Aquí.
No.
Nada.
Punto. Punto. Punto. Punto. Punto. Un rio de voces fluorescentes, un
cielo de amores liberados, un cardumen de historias naufragadas, las sirenas de
los miedos antiguos. Punto. Punto. Punto. Punto. El hemisferio de los nortes
que no se conocen. Los extraños besando a las idiotas. Los idiotas negando
amores.
Ellos.
No.
Ser.
Fin.
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