Ejercicio Nocturno

Leer, contar viejas historias: "tuve un amor, tuve que perderlo". Empezar a buscar las mejores silabas para luego adherirlas a todas las palabras que abundan como imposibilidades: amar-te, limpiar-me, suponer-te, pensar-se y terminar por escoger los peores intentos de morfosintaxis. El mundo son puras circunstancias: decidir dormir muy tarde; tomar todas las formas posibles de silencio; acomodarse mil veces en la silla; mirar a través de la ventana justo cuando cae la primera gota del aguacero por venir... mirar más allá y no ver sino sombras de ciudad; oír el agua hirviendo y no encontrar todavía ese olor caliente e indescifrable; buscar todos los días la mejor canción para caminar, para dormir o para no pensar en la ausencia de otros; repasar, observar, tararear, resaltar las oraciones más vacías de las lecturas que obligadamente supones entender. 

En ocasiones es solamente cuestión de contestar las mismas preguntas y evitar encontrar objetos olvidados: esas cartas con mala ortografía y poca disposición para decir la verdad, esos regalos ingenuos que no resolvían inseguridades... el amor, los besos y las mentiras no pueden diluirse en el tiempo: algunas boletas de sitios visitados; las promesas de nuevos lugares para los dos; las fechas de calendarios tirados a la basura (imposible reciclarlos, esa no es la naturaleza del tiempo); las fotografías intervenidas; las sonrisas estáticas que reproducen el miedo a estar solo; las manías, las envolturas que prometían toneladas de encuentros fortuitos pagados con chocolate derretido. Trueques, intercambios de horas y horas de infortunios, hasta el último suspiro, hasta el último desafío por ser mejor que ayer y peor que mañana, hasta el último intento por describir de la mejor forma posible lo que se siente tocar su mano. 

Hablar en voz alta, terminar la noche con el día y una taza de cafe tibio a medio tomar, la voz desafinada siguiendo la canción que te recuerda lo imbécil que has sido, escribir sin decir nada, escribir esperando lo suficiente, quedar en blanco, extrañar, enmudecer, ser consciente de la respiración (asir-se y dominar esa extraña sensación de automatismo), y por fin, ante la vida, ante toda inconclusa circunstancia, por encima de todos los caminos y fátigas, contar viejas historias: "tuve un amor, tuve que matarlo."



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