Acabo de observar un espacio
completo de furia y delirio. Hace ya bastante tiempo no usaba esa palabra. Me
doy cuenta que abuso de ellas, ninguna sirve, ninguna llega a la magnitud a la
que quiero que llegue. No es que sean mis palabras las que quiero que resuenen,
pero no tengo motivo ni herramienta que sea más poderoso o eficaz. Me pregunto
si olvidarme de Dios fue lo más sensato. No creo. Presiento que cada instante
de mi vida se desgasta cayendo en necedades y formas de devolver los nudos y desenlaces.
Quiero calmarme y no puedo, de
pronto cierro los ojos y otra vez vuelvo a ser yo… a no ser nadie, a parecerme
a todos los abismos que alguna vez inventé. No era yo, no soy nadie, no soy más
que piedras sobre hierba deslizándose sutilmente por la ladera, dejándose caer
para volver a empezar. Me parece que nada pesa y peso más de lo que podría la incertidumbre
agobiar.
Borbotones, silencios, súplicas,
perdones, vocabularios, angustias, símbolos, mensajes, tiempos, síntomas,
perdidas, reemplazos, ilusiones, equivocaciones, canciones, despedidas; ni el
idioma basta para reclamar prudencia y gravedad. Instantáneamente considero
definitivo desaparecer y abdicar, permitirle al destino que detenga mi insulsa
carrera y llevarme lejos de aquí.
No voy reclamar a nadie, nada,
nunca… prometo guardar silencio, silencio infinito, misericordioso, absoluto,
solemne… ese silencio que es canción y letanía; un silencio abrumado por los días
de aguacero; el silencio que se respira cada vez que uno debe irse; el silencio
de titubeo, de permiso, de recelo cuando se espera a alguien; un silencio de lejanía,
de espera a la distancia, de verdad a medias, de salidas contempladas como salvación
y ética, como pregunta sin respuesta, como punto final sin continuidad, como
las obras de arte en la bodega de los museos, como tú y yo cuando nuestras
miradas seducen el acto, las ganas, el beso de despedida.
Prometo guardar todo ese
silencio, el de ayer, el de siempre, el que aparece cuando los eventos son
inexplicables, el de madrugada al contemplar el amanecer, el de los niños
cuando hacen travesuras, el ingenuo e inesperado, el incansable; el silencio
que se avecina cuando enciendes un cigarro para apagar tu ansiedad; ése, todo ese
silencio voy a acumularlo para animar las pocas esperanzas de creer de nuevo, para
empezar de cero, para volver a quererte siempre.
Acabo de observar un espacio de
furia y delirio; volví a abusar de las palabras mientras dibujo sobre el
papel lo que mis labios no pueden pronunciar ni confesar.
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