El nudo

Despertó a las ocho de la mañana buscando la luz a través de las cortinas y el olor a café que parece hacer bien su trabajo. Removió la oscuridad de sus ojos y un poco de labial de la noche anterior, abrazó el calor del sol que abundaba en su habitación y descubrió que se había puesto la pijama incorrecta, la que le dejaba ver esa blancura de sus piernas y lo detestable de sus brazos gordos y poco esbeltos.

Era mentira.

Todos sabían que su cuerpo era contorneado, trigueño y suave al tacto; pero ella no lo creía y jamás podría creerlo. No obstante, mientras miraba el reloj, abría las cortinas, tarareaba la canción con la que había podido dormir y quitaba ese absurdo maquillaje que no necesitaba, continuaba con esa rutina que le mataba el alma y la llenaba de dudas.

Era ridículo.

Ella tenía muy claro que podía lograr lo que le viniera en gana, desde contraer matrimonio hasta continuar det-establemente sola para seguir besando aquellos labios que estuvieran dispuesta a besarla sin compromiso alguno. Ella convencía, jugaba, suponía, coqueteaba y conseguía al que quisiera; así mismo no se permitía elegir sin antes vacilar en sus anhelos, en sus propias ganas de ser y dejar ser.

Era incierto.

“Sexual attraction is confusing…” era la frase de la siguiente canción en su lista de reproducción. La taza de café expedía ese agradable vaho de media mañana que le recordaba la satisfacción de ser adulto, no sentir tal repulsión por el sabor amargo y las obligaciones diarias. Todo parecía tener sentido, aun cuando era capaz de sorprenderse, querer, soñar y de vez en cuando pintar. Empezaba a acostumbrarse, a dejarse vencer.

Era difícil.

No le era tan práctico decidir, conmoverse o simplemente sentirse cómoda en el trabajo. De vez en cuando se escapaba en sus cavilaciones y dejaba de hablar mientras los demás preguntaban por una que otra traducción o exposición de arte. No importa. No existe tal concentración que todos demandan de sí mismos y los demás; siempre se está abstraído, se requiere la soledad, usualmente las ideas ganan tanto terreno que es preferible mirar al infinito que retroceder y sostener la mirada… nadie necesita tus respuestas. Son clichés… como preguntar si se tiene frio, si te gusta bailar, si se tiene un bolígrafo, si despertaste bien o tu vida está arruinada, si has dormido o tus vecinos jodieron tu descanso, si sabes lo que estás haciendo o nunca vas a salir de semejante incertidumbre.

Era verdad.

Quería seguir despertando a las ocho de la mañana, sin pijama y con la habitación inundada de café, con lienzos a medio hacer alrededor y todo el amor para dar. Quería despertar teniendo otra vida, una que no necesitara esas canciones que le recuerdan sus infortunios, desamores y desaciertos conyugales; una vida amable con sus miedos, dispuesta a ser desvelos, cartas, paseos en la tarde, conversaciones extrañas, postres sin chantilly, bitácoras con las hojas atiborradas de carboncillo e imágenes instantáneas, boletas de cine, declaraciones de amor a una sola persona y un buen recuerdo del día anterior. Quería manejar sus fobias, detenerse y aprender a hacer una medialuna, tener tiempo para volver a sonreír, entretenerse con las coreografías en su cabeza, entenderse y transformar lo que sabía hacer en algo que pudiera vivir sin arrepentimiento.

Era imposibilidad.

Revisó su correo, respondió mensajes, escribió a unos cuantos amigos que, para su infinita incredulidad, reciben su cariño. Salió de su casa a las diez de la mañana corriendo, atareada, confundida y retrasada. Observó a su alrededor como si así pudiera encontrar el camino que quisiera seguir. No, no pudo encontrarlo, su mirada aún más confundida resolvió ignorar lo que había visto. Tal vez no esté allí todavía, tal vez sea el que esté tomando ahora. Tal vez no haya camino.

Así empezó el día.

Era un nudo.


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