Ofrezco una voz salida a borbotones, una voz que se aguza con las
guitarras, con los cantos de arrullo y los sonidos en la mañana; una voz que se
define cuando quiere aclararse en medio de gritos y silencios ocasionales; una
voz que le huye a la ciudad y que, en instantes de alegría inconmensurable,
solo puede cantar. Una voz edulcorada, tímida, proyectada, estremecida, educada
para el canto dilatado y potente, una voz que no puede callar.
Ofrezco un cuerpo que aprende, se acomoda, tiende al infinito que le permite
la música, articula, atrae y añade impulsos a los pensamientos cuando parece
que quiere aquietarse. Un cuerpo que nace, se libera, se encorva cuando siente
pena y brota cuando entiende el movimiento… un cuerpo que no tiene miedo a la
distancia, al espejo, a la circunstancia, a las luces, al silencio y al espacio
ofrecido por un escenario. Un cuerpo que ama sumergirse en la improvisación,
que anota frases y las concibe mientras transita la ciudad; un cuerpo
pacificado, contraído, intuitivo, valiente, paciente, que no daña, pesado como
sólo él puede serlo, un cuerpo condensado en las horas que lo han visto disolverse
y volver a nacer del verbo.
Ofrezco unas manos que logran asir los pinceles, los lápices sobre el papel,
las líneas, y la arcilla dispuesta a ser moldeada; unas manos que se entienden
en su mágica posibilidad de descubrir los actos, el material y las texturas;
unas manos contundentes, resecas, medianas, vacilantes, lentas, fuertes,
robustas, ásperas y tendientes a acariciar el aire cuando bailan. Unas manos
aptas para el trabajo, para el cansancio y el calor de una caricia; unas manos
abiertas para el encuentro y empuñadas para el vértigo; unas manos totales,
libres, cautelosas… unas manos que respiran el universo en un gesto.
Ofrezco todas las formas que he encontrado para danzar, cantar, pintar, dibujar,
esculpir, actuar, escribir, representar, declamar, leer, traducir, enunciar, componer,
imaginar y, en definitiva, volver a empezar.
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