Tal vez necesite una canción para despertar, un sentimiento de culpa, un pensamiento denso que acapare las horas más tediosas de la semana, las cinco de la tarde o la una de la mañana.
Tal vez necesite una tendencia inmediata: un desabrochar el botón que ajusta el pantalón, o soltar el cordón que aprieta los tacones que aún no sé manejar. Tal vez esté buscando una calle cerrada, un camino de piedras que se parezca a las noches de insomnio; tal vez necesite un ritmo apresurado, un campanazo de siete de la mañana que me abstraiga del sopor de mi alcoba. No sé por cuánto tiempo pueda necesitar todos esos artilugios, no sé con qué prontitud los esté buscando, no podría establecer si la necesidad aún está en marcha, debería seguir expresándola en un presente continuo sediento de certezas, uno tan inmediato como las dudas que me despiertan en la madrugada y me impiden abrazar el sueño, en un presente continuo que se diluye en recuerdos de vidas que no he tenido.
Tal vez necesite un abrigo de color vino tinto, una salida peligrosa, una conversación en francés, un paseo por paisajes extraños, una mirada poco familiar y un encuentro auspiciado por la soledad.
Tal vez necesite un vocabulario más elaborado, un párrafo contundente para todas las notas que suceden cada cuatro días, una bitácora llena de bocetos capaces de demostrar mi sutil obsesión por las líneas escondidas en los pliegues de las telas; o una serie de dibujos digna de sacar del montón de hojas apiladas en mi biblioteca. Tal vez necesite una respuesta más sensata cuando no siento más que lastima por aquellos que amo, o tal vez necesite una especie de camaradería que alivie la hambruna de afecto que ataca cuando camino sola por la tarde y siento que el mundo se hace absolutamente innecesario. Aun parece que me agoto en cada paso, me suprimo en los abrazos y solo me concibo suficiente cuando alguien me sonríe, estoy exhausta.
Las montañas invencibles ofrecen su sombra como retazos de oscuridad.
Los caminantes suenan a lo lejos con sus carcajadas abarrotadas de falso encanto.
Las casas esconden conversaciones que van de la risa al espanto.
El cielo se hace puro, amplio, extenso, inalcanzable, y eterno.
El silencio va desapareciendo con la salida del sol, y se lleva con él ese infernal ruido interno de la madrugada.
La piel se eriza mientras se descubre bajo las telas de las sabanas y la ropa de dormir, el frio la abraza y sabe que es hora de recibir la vida.
Mis ojos aprenden a ver el mundo sin querer verlo. Cada mañana perciben lo mismo y no pueden comprender más allá de todo lo que se desprende de la luz matutina. Están cegados, no han podido alejarse de la bruma. Estallan los colores y la montaña les arrebata lo poco que avistan.
Tal vez mi primera necesidad sea permanecer en ese estado de soledad en el que puedo decirme que las noches no alcanzan para escribir todo lo soñado, y los días cada vez se hacen más insuficientes por el insomnio que carcome toda esperanza.
Tal vez necesite esta última parte del día para continuar.
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