Inhalar
El primer
instante es leve. Imperceptible. Un corto envión te eleva al punto de saberte
vivo. El pecho se hincha, es el reflejo de un acto automático. Aprendes a
controlarlo, a hacerlo recurrente, a obviarlo. Cuando estés en situaciones inverosímiles
o pedidas de mano, será inevitable la opresión.
Exhalar
Tu piel expuesta al frío inmediato se adapta, conservas la posición horizontal, tu cabeza descansa. Desde el talón hasta el tope del sueño, el pecho se inunda de cansancio, abres el silencio y tomas una bocanada de aire: final del día o introducción de la angustia de media noche. Tu pecho lleno se encuentra liviano, abultado, tendiente al espanto anterior al sueño. El ritmo en descenso confirma que te ha vencido la luz oscura del cielo.
Inhalar
Tus vísceras atrapadas en tus costillas pierden espacio contra tu rodilla. Aprietas los cordones de
tu zapato izquierdo, Nike, suela abullonada sin estrenar. Te ahogas. Bloqueas
tu garganta. Un nudo más con los cordones, liberas las costillas y el mundo
vuelve al pecho. Te preguntas si estarás listo para esto, todo depende del
aire. Ajustas tu gorra, tus pies sudan, el ritmo se acelera, el calor te desborda
y arrancas. Pierdes un poco el impulso, inhalas con fuerza, los puños se liberan
y alcanzas a acariciar el viento entre los dedos. Un poco más de aire se
calienta mientras entra a tu boca, te seca la lengua, te abre espacio entre la
multitud, te inflama el pecho, vuelves a nacer y exhalas lentamente. Ahora el
bazo duele. Soportas, te acomodas. Llegarás.
Exhalar
Tus pupilas
alcanzan un diámetro incomodo, pero siguen fijas en su intento por captar qué
sucede. El parpadeo es ínfimo, la chica grita y te exaltas. Te conmueves. El
impulso te lleva al terror. Un suspiro intermitente, entre horror y esperanza,
soporta lo que estás viendo. Sutilmente cierras los ojos y el pecho se calma, te
toman la mano, abres los ojos, tu pecho no
alcanza a llenarse de aire. La escena acaba en un fade-out.
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