Treinta

Mis dientes ya no encajan, 

sueltos, muerden las piedras.

Sorbos de agua lavan la sangre, abren heridas.

Veo mi cuerpo más abultado;

piernas agotadas, atoradas, en los pantalones sin cerrar.

Mi abdomen expandido se rehúsa a retraerse.


Todas las tardes ocurre lo mismo, 

las noches desaparecen.

El tiempo lava mis párpados, enumera mis penas, 

aplasta mis dedos, martilla las voces, 

me empuja y arrastra en el suelo:

“¿A qué viniste?”

 

Padezco el aire.

Cada encuentro es un quejido.

Pentimento, tacho la memoria.

Vidrios empañados dibujan el luto,

de un cielo cargado de furia,

la lluvia inapelable se deja caer.

Soy las gotas violentas, 

nadie viene a recogerme,

nadie lee estas esquirlas apiladas.

 

“There’s no need to be terrified”

No soporto la sentencia, el sueño.

Soy un nódulo entre el pecho y el esófago:

un luto encostrado,

grietas en la espalda,

silencio anudado,

bostezos, soliloquio.

¿Por qué no veo los silver lining?

 

Imposible, torpe,

descanso en mi sombra tenúe,

ella me repite como augurio: 

“Siempre hacen 3x1 con usted”

Aquí, yo, tibia, me fracturo. 


Cada fibra que sostiene mi silueta se desprende,

una tras otra libera todo lo que sustentan:

La paciencia cae.

        Las ganas caen.

                    Las fuerzas caen.

                                    El cielo cae.

        La verdad cae.

                    La vanidad cae.

                                La ilusión cae.

                                            Toda ella cae. 


En ruinas, solo me tengo a mí.




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