Crónica II

Tenemos un conflicto,

unas heridas que no agotan la inquietud por acercarnos

un poco más.

A veces solo un poco para guardar la cautela,

evitar las esquirlas, las pocas palabras,

el tono valiente para defender cada una de nuestras causas.

Es un conflicto que merece la pena,

que ocurre en la naturaleza del combate obligado.

Y cuando estamos frente a frente, en pleno escozor,

en el comedor,

intentando lidiar con la cuchara en la sopa,

el conflicto se acurruca, se hace a un lado,

deja de llamarse conflicto para cederle al tiempo

un instante de tregua, de nervios,

de una opresión platónica que no será consumada.

 

Tenemos un solo conflicto,

impreciso,

elaborado por dos cuerpos tímidos,

por nuestros ojos claros que eventualmente se observan,

por ciertas manías con los nervios, las uñas,

las horas de trabajo

y el sarcasmo en las ideas que nunca van a coincidir.

Es un conflicto errático,

involuntario,

un conflicto que nace entre la izquierda y la derecha

y se fatiga con las diferencias lingüísticas.

 

Quisiera vivir siempre en ese conflicto,

en esa turbulencia pactada,

para acatar,

para aprender,

para consolar(le),

para ser la que llegue con provisiones 

de esquinas de chocolate,

a una sesión más de desencuentros,

de formas de ser amable,

de sentirme un poco más Vicuña, más Porras,

más La Incomparable,

Un poco menos yo.

Un poco mas de él.

Un poco más leve en sus ojos que no se cansan de observar el mundo. 


Rose-Rose (2023) Rosemberg Sandoval - Museo de Arte Moderno de Bogotá


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