Sucede que me canso de ser pequeñita

de no poder con la grandeza que parece afectarme.
Me canso de pensar como poeta, en imágenes
que estallan mis ojos aguados.
La mayor parte del tiempo, me encuentro cansada de no poder confesar al otro todo lo que representa, todo lo que admiro en él, todo lo que inspira.

Hay bocanadas de aire que me alientan,
Oraciones que consuelan este cansancio de espíritu.

Me canso de no hallarme suficiente frente a las tareas convenidas.
Me infrinjo dolores terminales: dolor de ego y orfandad.
Me canso de no escribir los versos que veo, de no cantar lo que mi pecho clama, de no bailar con un cuerpo leve.

Entonces, me siento frente al computador, muerdo mis labios, los aprieto y dejo que el silencio termine de quemar mis párpados y la punta de mis dedos.
La base del cuello arde, mi cráneo se deja caer en el teclado.
Me obligo a sentir el cansancio abundante.

Hay bocanadas de aire que no entran, que no inflaman, que son cardúmenes fuera del agua.

Me canso, me abrumo, me impongo una fecha de caducidad.
Me ubico en la vitrina de saldos que ningún comprador quiere.
Me cuelgo en el perchero detrás de la puerta.
Me arrojo a la marea del mundo que me hace invisible, mi cuerpo solitario arrastrado por las olas exhaustas.

Entonces, entro al templo y me persigno,
Doy gracias y ruego que no se apague la ceniza encandilada que deja el cansancio.
Pido, sin fervor, sin codicia, que se me muestre la fuente de mi fatiga.
Viene con más fuerza el silencio, el eco de historias que no sirven, el vacío que nada llena.
Me canso, me vuelvo amuleto viejo.
Me desparramo y soy el suelo.
Escucho el campanazo de la seis de la tarde, recojo mis pedazos.
Me canso de caminar por las calles angostas,
mientras pienso que he regado esos andenes en la mañana con mi soledad.

Me canso de mis pasos sin ritmo,
Me canso de mi piel reseca,
Me canso de mi lengua triste.
Me canso de enunciar palabras agotadas. Me agobia mi nula indulgencia con este cansancio.

Entonces, enciendo una lucecita en mi altar,
le ruego al cielo que venga y me cubra.
Esta vez, en la cima del cansancio, imploro que mis pensamientos sean ruido blanco,
que no me lleve a extrañarte,
que no me arroje al barranco
que es el amor cuando se aceptan migajas.
Me canso de orar, de pedir, de animar la fe a cuentagotas.
Me canso, y entre más dejo que la palabra cansancio defina mis días,
voy arrastrando sus sílabas hasta llegar a casa.




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