Economía para versos pendientes

Escribir con el último rastro de tinta
de un esfero pobre que se quedó sin tapa, sin profesión.
Escribir con ese esfero desempleado palabras como retazos 
de líneas azules enhebradas en un relieve invisible.
.
Ya nadie escribe,
pero las palabras-retazos son talismán
para forzar las oraciones,
que más que ideas completas son solo sobras.

Escribir fragmentos,
parodias afectadas por el afán de una nueva sintaxis
con abreviaturas y caritas amarillas.
Escribir con faltas de ortografía, con líneas apeñuscadas,
con caligrafía deshecha, con sonidos que parecen letras.
Volver a empezar por el oído.


Escribir en la penumbra,
como una confirmación de la obviedad del mundo
cuando se enuncia sin adjetivos,
con sustantivos voluntarios,
con palabras de raíz confusa,
palabras con síntoma de enfermedad lexical,
palabras que nadie escribe,
aniquiladas.

 
Escribir con la audacia del que cree
en la vasta complicidad entre el lenguaje y la vida.
 
Nombrar para ser nombrado.

Escribir para que el nombre tenga forma
de sustantivo, de paisaje, de recuerdo.

Ser nombrado con la pulcritud de la mayúscula inicial,
con la propiedad del que sabe nombrar las cosas. 

Escribir para la periferia, para el latido,
para los desplazamientos de la memoria,

aunque los sistemas coleccionen lo innombrable.

Escribir con los labios llenos de codicia
por un verso que obligue a vivir al que escribe,
y le imponga la renuncia del mundo
al que lee.





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