Un poema no le hace daño a nadie.
Ni siquiera busca culpables, porque no puede otorgarle pecados al mundo,
porque ve la ternura en el cuchillo que es atravesado.
Porque entiende las palabras duras con el dulce
que destila la fragilidad de quien las enuncia con sevicia.
Un poema está casi siempre al servicio del extraño,
del extranjero,
de quien se conmueve con el sonido del agua,
o con las bombas que caen sobre pueblos inocentes.
Un poema describe, señala, acapara ese espacio diminuto
que ocurre entre las sílabas esenciales de las palabras,
de aquellas que nominan lo innombrable.
Un poema no resiste la vida y, por defecto, abraza la muerte,
para sostener la habitación solitaria,
el silencio en el fracaso, el abandono del padre,
la mancha en el engaño: despertar y ocultar la sonrisa que ha vencido la noche.
Un poema, solo uno, prepara los huevos revueltos, sirve el café hirviendo,
se sienta contigo a la mesa,
levanta tu mano para sostener el tenedor con firmeza,
abre tu boca sutilmente,
te hace sentir apetito, te tiene paciencia,
imprime un poco de fuerza para masticar el bocado,
y cuando no puedes más,
un poema, uno solo, te arroja en el último verso
la esperanza de que nadie te hará daño.
Serán solo la mañana, los huevos fríos en el plato, el poema y tú.
Ni siquiera busca culpables, porque no puede otorgarle pecados al mundo,
porque ve la ternura en el cuchillo que es atravesado.
Porque entiende las palabras duras con el dulce
que destila la fragilidad de quien las enuncia con sevicia.
Un poema está casi siempre al servicio del extraño,
del extranjero,
de quien se conmueve con el sonido del agua,
o con las bombas que caen sobre pueblos inocentes.
Un poema describe, señala, acapara ese espacio diminuto
que ocurre entre las sílabas esenciales de las palabras,
de aquellas que nominan lo innombrable.
Un poema no resiste la vida y, por defecto, abraza la muerte,
para sostener la habitación solitaria,
el silencio en el fracaso, el abandono del padre,
la mancha en el engaño: despertar y ocultar la sonrisa que ha vencido la noche.
Un poema, solo uno, prepara los huevos revueltos, sirve el café hirviendo,
se sienta contigo a la mesa,
levanta tu mano para sostener el tenedor con firmeza,
abre tu boca sutilmente,
te hace sentir apetito, te tiene paciencia,
imprime un poco de fuerza para masticar el bocado,
y cuando no puedes más,
un poema, uno solo, te arroja en el último verso
la esperanza de que nadie te hará daño.
Serán solo la mañana, los huevos fríos en el plato, el poema y tú.
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