Carta No. 34

No me quiero inventar nada. Ni el sentimiento, ni la frase exacta, ni la escena cinematográfica en la que mientras se toma café se desarrolla una conversación profunda o se juega al ping-pong discursivo y emocional.

No quiero tampoco que me inventen, que me digan que sí (aunque nunca lo han hecho) ni que me digan que no (porque ya no soporto tanta negativa). No quiero justificarme, explicar lo que creo, esforzar mi sintaxis para que aflore la concreción y el sentido. Es decir, a veces quiero tener sentido, todo, sin vacíos, muchas veces es tarea inútil; así que, hoy no quiero tener sentido, ni que me persiga, ni arrastrarlo en las sílabas y los gestos, hoy renuncio.

No me quiero poner creativa, no quiero tener ideas, sentir el ímpetu de un nuevo proyecto en mi vientre y mi mandíbula; no me apetece rumiar objetivos generales y específicos, masticar metodologías y recursos, sustentar la validez y pertinencia de mis formas de hacer las cosas.

No me quiero ver insuficiente, tachar el listado semanal de tareas en un 30%, abandonar los motivos, suprimirme en las conversaciones, las reuniones, los informes y avances que te exigen ser siempre más de lo que puedes, no mejor, más. No quiero perder peso, ni bajar los niveles de cafeína, ni soltar los miedos, ni volverme perversa. No quiero la insuficiencia como síntoma de apego, como vanidad que arrasa mi historia personal, como el precio que tengo que pagar cada vez que me equivoco.

No me quiero quedar abrumada al final del día, ni destrozada en la madrugada, no me quiero reinventar, ni convertirme en gerente de proyectos que excluyen y convocan a los de siempre, no quiero aislarme, ni pretender para integrar los círculos formados por los mezquinos. No quiero inventarme nada, ni poemas, ni relatos, ni escenas, ni amores, ni diálogos, ni futuros, no quiero cuestionar ni que me pregunten.

¿Se vale decir que estoy cansada, y que al final del día, lo que quiero es morir?


 

Comentarios