Tres colores sobre mi escritorio, la puerta entre abierta.
O entre cerrada, para que la pena no se escape,
Para que la vida se ponga sus ropas sin voyeristas.
Ella sola, sentada, sobre la cama destendida,
Decide si ponerse tennis negros o botas de cuero.
O los tacones que le cansan apenas llega el medio día.
Tres colores sobre mi escritorio. La ventana apenas deja que
entre
El viento del piso dieciséis, aire tímido que baja de la
montaña
Para golpear el vidrio lastimado por las voces de la noche
anterior,
los vecinos del piso de arriba suponían habitar el universo
Ellos solos, ellos intocables, ellos eludibles.
Pobre ventana que no filtra gemidos: los devora y los deja
pasar a mi habitación.
Tres colores sobre mi escritorio: el negro para tachar lo
que ya no existe,
El verde para hacer que el afán coincida con el tiempo,
El amarillo para que la lista parezca importante.
La vida no escoge ninguno de esos colores en su ajuar.
Hoy el vestido será azul celeste, medias opacas,
Botas camel caña media, abrigo azul oscuro, amplio,
del paño que su abuela usaba en los ochentas.
Azul para no caer en la insistencia del calendario,
Azul para huir del código que le quita soltura,
Azul para que parezca que todo es tranquilo,
Para que el Pantone haga las paces con su círculo cromático.
Tres colores sobre mi escritorio,
Azul para que el cielo se extienda sobre ella.
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