Uno.
Dos.
Cinco.
Quince.
Golpes en la frente.
Uno.
Dos.
Cinco.
Días de la semana, y el golpeteo sigue.
Uno.
Dos.
Siete horas laborales como hierro
en mi cabeza.
Uno, uno, uno.
Siete, siete —siente el martilleo—
este cráneo ajado,
sin forjar nada.
Sin dar sustento a las ansias por apagar las voces
que son martillo,
mazazos,
inercia,
castigo,
peso en el cuello fracturado.
Jaqueca sentimental.
Plegaria metalúrgica.
Afán de un último golpe.
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