Pero como somos inestables, artificiales e inconstantes, sospeché que la reacción no podría ser otra.
Rápidamente eché de menos que me valía de ti para decir esto, no debí resolver las cosas de otro modo que no fuera el más inapropiado…
Perdí la cuenta de tantas noches trasnochadas y madrugadas gélidas, agoté todas las formas de contar ovejas en la almohada, busqué los sitios más inoportunos para reconocer que tenía mala suerte...
Ah... pero como somos débiles, precarios y poco decentes, me abrigué en todos los sentimientos posibles y me obligué... a devolver los recuerdos al dueño de siempre, al de nunca; resolví permitirme borrar las distancias y facilitar los azares.
Y sí. Lo creí. Lo vi. Lo predije con mis defectos... somos vacilantes, aburridos por naturaleza, básicos, solemnes en nuestras fiestas personales, somos rocas golpeadas como sacos inservibles... y denso el mar que nos enfrenta.
Creo que sólo pude reconocer que no éramos cenizas -aunque tampoco melancolía.
Admito que un final inevitable también debe soportarse sin agravios, sin recelos, sin esas manías de guardar las ganas para cuando estamos solos... alzar la bocina, esperar la voz que te diga que no existes en este momento, que puedes llamar después.
Un después que no es nunca ni será siempre, pero aún queda el intento y la voz que cuelga del otro lado.
Yo por mi parte, no tengo nada que decir, no veo tantos memorandos en mi escritorio, soy ciego ante la vida que ha pasado, odio enfrentarme a un adiós insoportable.
Detesto el abrazo egoísta del que se va y se lo lleva a uno con todo y recuerdos.
Yo no puedo suponer ni explicar el pasado, el que se va tiene que irse sin nada o con todo, en medio del viento que lo arrastra a uno, con soledades o celebraciones vacías... a rastras, con un andar de borracho decidido a encontrar su destino, con sueños empapelados, con el regalo de bodas o el álbum de fotos roto, desvalijado, aniquilado... sólo un álbum.
A mí, que me quedo con la seguridad de nada, ni las palabras me sirven, ya ves... escribir cartas o superar miedos son necesidades en días difíciles, son metodologías... que ningún escribiente preferiría hacerlas... Ya serán otros días, otros cielos, otro yo.
A mí ya no me interesa ni una sola palabra...pero se me ocurre una: Tristeza.
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