Ayer fui mis oídos cansados
de los carros que rugen afán.
Fui yo, eternamente fracasada
en la silla del bus,
la que puso sus párpados en un reposo obligado.
Una bocanada de aire enfrió mis sesos,
mi pecho inflamado confirmó el estado
de la noche acumulada en mis ojeras.
Nada
avanzaba:
ni la
hilera de carros,
ni las 6:59 de la mañana,
ni el
paisaje detrás de la niebla.
Los pasos
para llegar al trabajo
se
atascaron en mis tacones.
Esta vez no pude escapar
de las piedras, el polvo,
el fango y la voluntad.
El quehacer con sus fauces hambrientas
advirtió mi presencia,
Llegar no
es lo mismo que querer,
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