Mañana al despertar, veré morir a una polilla.
No será una escena del crimen, ni un
sortilegio.
Veré cómo sus alas se apagan, se desprenden
puntada a puntada de esa costra de tierra
que cruje con el azote del vidrio contra ella.
La veré morir, muy al alba,
intentando que sus pétalos veloces
no caigan con ella.
Será mañana,
con la salida del sol.
La veré precipitarse, como aferrada
A la claridad del cristal gélido.
Bailará en agonía,
me recordará mi boca muerta,
someterá su aleteo a los últimos minutos en donde la penumbra
amuralla las nubes albinas sobre la montaña.
Mañana, cuando mis párpados vuelvan,
veré morir una polilla,
que es como la voluntad reposada en mis
vísceras.
Y lloraré.
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