Mi propuesta es describir el mundo.
Avisar con
la mayor cantidad de adjetivos que los muros ya no contienen al hombre,
no lo
circundan, no lo protegen.
Mi lengua
experimenta un leve espasmo, aún más potente detrás de las pupilas.
Acabo de
pensar que la palabra pupilas lleva una tilde,
entonces no
sé si el espasmo lo suscita los escombros que la gente evade
o mis
inevitables faltas de ortografía.
Mi propuesta
es hacer una lista de ideas para el fin del mundo,
para estar
a la altura de los acontecimientos:
Un poco
para no perderme,
El otro
cien por ciento para rumiar mi muerte.
La lista es
infinita, inconmensurable:
no empieza
con el número uno. Se desfasa:
entonces
creo que el fin del mundo vale la pena,
entonces
creo que me sostiene el hambre.
Mi
propuesta es detenerme en todas las soledades,
advertirlas,
consolarlas, contrastarlas con esos relatos
que nadie jamás
ha escrito. Yo tampoco lo haré.
Es sólo un
proyecto:
Un afán emancipado
por ganarle a los intelectuales.
Un ungüento
sobre esta piel reseca de afecto.
Un escape
entre la ficción y el amor por los inicios.
Mi
propuesta es no ser sólo una idea:
arruinarme para
el fin del mundo
hasta que
los pedazos sean solo pedazos.
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