Maraña

Con la banda negra intento volver una coleta las hebras rabiosas que componen esta mata de pelo. 

No sé cómo me tocó la poesía. 

Mi pelo se pregunta si hoy tendrá que ajustarse a mis ánimos de mujer enferma,

de niña malquerida,

de adolescente agujereada,

de abandonada. 

Las ondas se deshacen, 

los crespos son un síntoma de mis pensamientos,

hundo mi melena en el agua tibia. 

Hoy no estoy lista, 

no sé para qué me tocó la poesía. 

En el espejo aparecen los rizos abultados

que han recogido mis horas de sueño, la lluvia, 

el azar, y los pasos que vuelven los días y las noches un monólogo.

No me atrevo a peinarlos, 

el cepillo me increpa virgen en el lavamanos. 

Todo es impoluto: el labial, la crema dental, la toalla de manos, la leche de magnesia, la mirada que me acusa antes de que pueda defenderme. 

Pienso que es un ejercicio deseable darle forma a mi pelo —que hoy se rehúsa a exhibir mi soledad colérica. 

No veo la razón de la poesía. 

Mis hebras insurrectas son un dominio imposible,

un león hambriento,

un descache, 

un material de rechazo frente al espejo; 

Y me veo en ellas como una pobre abandonada, sedienta en el desierto,

maltratada por las sales, las promesas del mercado y los intentos entre la sábila y el amor.  

No veo cómo la poesía me tocó. 

En la ducha hago el intento de darle forma:

Palabra y cabello terminan enredados en el sifón.




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